domingo, 27 de junio de 2010

142# Esos cuernos

Con frecuencia se utiliza la expresión "poner los cuernos" para referirse a alguien que ha cometido una infidelidad de tipo sentimental. El origen puede ser muy variado y hay versiones para todos los gustos. Por ejemplo, se cuenta que los jefes vikingos en pleno medievo, tenían derecho de pernada sobre las mujeres de su zona de influencia, aunque estas estuviesen casadas o no. Para hacer saber este privilegio, cuando los rudos navegantes escandinavos se encontraban en plena faena, colocaban unos enormes cuernos en la puerta del hogar ocupado. Otra versión afirma que en el siglo XVI, en España, comparar a alguien con un carnero era como llamarle tonto. De esta forma, si a una persona le ponían los cuernos era sinónimo de que le estaban tomando el pelo. Sin embargo, no es seguro si los cuernos originales se referían a los del carnero (cabrón, y de ahí este insulto también) o a los del buey, por ser animal castrado y que se somete con paciencia. En México, se dice que "poner los cuernos" procede de la expresión "hacer buey", que es un simil de ridiculizar o engañar a alguien.

Sin embargo, ninguna de estas versiones sirve para explicar la situación de Zhang Ruifang, de 101 años de edad y habitante de Linlou, en la provincia de Henan (China). Se podría decir que a esta mujer, la vida le ha puesto los cuernos. Y es que cuando le empezó a salir un chichón en el lado izquierdo de la frente no creía que iba a crecer de la forma que lo hizo. Comenzó a desarrollarse en forma de lunar, de piel gruesa y áspera, hasta convertirse en un cuerno de cerca de seis centímetros. Ahora le ha salido otro chichón en la parte derecha. Le dicen que el cuerno es de queratina, o que puede ser un tumor benigno que aparece en personas de edad avanzada. No le duele ni le molesta, pero los vecinos están intranquilos. A ella le da igual. Desde que le salió, los niños de su aldea no han vuelto a molestarla.

martes, 22 de junio de 2010

141# Saramago dijo:

"No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy buena persona."

domingo, 20 de junio de 2010

140# Rob Sheridan

Rob Sheridan (nacido el 11 de Octubre de 1979) es un diseñador gráfico, director y fotógrafo conocido por su trabajo con la banda Nine Inch Nails, siendo el encargado de su web, su director artístico y realizador de varios de sus videoclips. Contratado con tan solo 19 años, ha llevado a cabo las labores de diseño en discos como "Things Falling Apart" (2000, Nothing Records), "With Teeth" (2005, Interscope Records) o "Year Zero"(2007, Interscope Records) entre otros. Sin embargo, Sheridan también tiene una faceta como ilustrador muy interesante.

Insomniac Bullfrog (2002)

Presents Opening Children (2007)

Desde sus años de estudiante, Sheridan lleva realizando una serie de ilustraciones que va publicando en su blog SketchBlog. Según él se trata de "un ejercicio de disciplina creativa, un intento de conseguir dibujar más y juguetear con imágenes e ideas que no tienen cabida en mi trabajo profesional".

Portrait of a Plumber And A Vicious Mushroom Creature Entering The Third Dimension (2007)

Eyeball(oon) (2007)

El particular estilo de Sheridan, oscuro, macabro y muy irónico, abarca referencias a la cultura popular que incluyen los videojuegos, la ciencia ficción o la publicidad. Para ver más de este ilustrador, se puede ir aquí.

Cereal Mascot Reunion (2008)

También dejo el video "Survivalism" de Nine Inch Nails, del que Rob Sheridan fue co-director junto a Alex Lieu y Trent Reznor.

lunes, 14 de junio de 2010

139# Lo Pitbull


En poco menos de un año, Ediciones Cretino ha publicado tres tebeos de Juarma. A saber: "El orgullo de ser nazi / Esbabayando asgaya", "Noches de MDMA y Rosas / Tebeitos de Ultrarradio" y desde hace un mes, "Lo Pitbull". Después de currarse una veintena de fanzines, Juarma y Cretino han encontrado de esta manera una fórmula ideal para poder llegar a más gente, con una edición bastante cuidada y de calidad. Yo ya he dejado claro por aquí más de una vez, mi debilidad por el "humor juarmista", pero lo de "Lo Pitbull" ha sido rizar el rizo. Sin duda su tebeo más redondo (no voy a utilizar la expresión "su obra definitiva", porque me parece muy cursi y porque espero que Juarma se siga superando), ha conseguido ir puliendo su estilo hasta crear un sello propio de hacer humor dibujando monigotes. Con personajes consolidados como los de la secta de la Granja del Señor B., el lituano Mindaugas o Eusebio el Clenchillas, y con nuevos objetivos públicos de los que reirse (aparecen entre otros, Punset, Ricardo Darín, Jordi Costa o Isabel Coixet), continúa su línea de chistes gruesos que consiguen sacarte la sonrisa si o si.



Sin embargo, algo que me ha gustado mucho de "Lo Pitbull" es que muchas de esas andanadas que a primera vista parecen una mera sobrada de Juarma o un chistecito sin importancia, te hacen, tras la sonrisa o la carcajada de rigor, rascar un poquito y pensar en el porqué de esas viñetas. En ocasiones, me mola leer tebeos que me transmitan emociones: que me hagan reir, estar de acuerdo con lo que dice el autor, discrepar, echarme las manos a la cabeza, etc. No se si será la intención de Juarma, pero al menos a mí todo esto me ha pasado con "Lo Pitbull".



El tebeo está prologado por Carlos Acevedo, tiene 68 páginas y cuesta 7 pavos. Puedes informarte de como conseguirlo aquí o escribiendo directamente a Juarma.

lunes, 7 de junio de 2010

138# Cerrado por fútbol

Entrevista publicada por Julio Boccalatte y Marcos González Cezer en Página 12 a Eduardo Galeano, confeso amante del fútbol, con motivo del Mundial de Sudáfrica. Según reconoce, durante la Copa del Mundo se muda “al Planeta Pelota, igual de redondo, pero más chico”.

A partir del sábado que viene y hasta la finalización misma del Mundial Sudáfrica 2010, como viene sucediendo desde hace muchísimo tiempo y cada cuatro años exactos, Eduardo Galeano exhibirá un cartel en la puerta de su casa: “Cerrado por fútbol”. El gesto, más divertido y diplomático que el “no molestar” de los hoteles (y al que podría acompañar con un “estoy trabajando para ustedes”, ya se verá), de todas maneras parece innecesario: “Durante los mundiales directamente me voy del Planeta Tierra. Me mudo al Planeta Pelota, igual de redondo pero más chico. Me dedico a ver todos los partidos, o al menos a intentarlo, porque siempre pasa que alguno me pierdo. Pero lo que quiero decir es que me siento con una cervecita bien fría delante de la TV y me meto en una pelota. Y de ahí no salgo hasta que el Mundial se termina. Así de sencillo”.

Pero el Mundial todavía no empezó. Y el escritor uruguayo, antes de perderse en el laberinto de fixtures y horarios, esas coordenadas particulares del Planeta Pelota cuando la escena ocurre lejos, habló de todo (en el programa De Puntín, de Ediciones Al Arco, AM 970, radio Génesis, sábados de 13 a 14). Habló de Lionel Messi: “Es el mejor del mundo porque sigue jugando como un chiquilín en el barrio”. Habló de Diego Maradona: “Ha sido injustamente atacado, y aunque una cosa es ser jugador y otra técnico, todavía hay que darle tiempo y espacio”. En definitiva, habló de fútbol.

–¿Sigue teniendo con el fútbol la misma relación de siempre?

–Absolutamente. No podría estar alejado del fútbol. Soy fútbol-adicto. Y esto viene de la infancia más remota, porque mi padre me llevaba al estadio cuando yo todavía era un bebé. Y luego, claro, toda mi vida jugué al fútbol.

–¿Jugaba bien?

–No. Mal, muy mal. Era entreala derecho, lo que hoy sería un volante ofensivo, pero siempre fui un chambón, un pata de palo. Así que al final me resigné, acepté mi destino y terminé intentando escribir para ver si podía hacer con la mano lo que con los pies no pude hacer nunca.

–Pero esos intentos fueron apenas eventuales hasta la aparición de El fútbol a sol y sombra.

–Es verdad. Hasta ese libro yo había escrito muy poco de fútbol, pero después me tomé el tema más a pecho. Por fin hice lo que quería: jugar al fútbol con las palabras y a mi manera. A este libro lo voy actualizando luego de cada Mundial, y eso también tiene que ver con aquello de “Cerrado por fútbol”.

–El ejercicio de unir literatura y fútbol, por cierto, parece cada vez más aceptado, o al menos es más practicado.

–Celebro que haya gente que escribe muy bien y que no oculte su pasión futbolera. Cuando tenía 20 años, dirigí en Uruguay un diario independiente de izquierda. Se llamaba Epoca y tenía buena resonancia, con 35 mil ejemplares. Eramos todos muy jóvenes y capaces de esa locura, una experiencia maravillosa en la que nadie cobraba y de la que todos los militantes, unos 5 mil, éramos accionistas. Así que recuerdo muy bien lo que eran las asambleas, con 200 o 300 personas hasta las siete de la mañana, en las que yo tenía que dar la cara y defender las páginas dedicadas al fútbol. Era la pelea más feroz de todas, porque para los militantes de izquierda aquello era dilapidar cinco o seis páginas de un vocero de la clase trabajadora, de un diario antioligárquico, para consagrar al fútbol, el “opio de los pueblos”. Recién ahora la izquierda se está curando de esa enfermedad en la que acusa al fútbol de que la gente no piense. Ahora los intelectuales no tienen vergüenza.

–¿Y qué espera de este Mundial, como hincha y como intelectual?

–Que me ofrezcan una fiesta para los ojos. Ese prodigio de hermosura que el fútbol es. Obviamente que quiero que gane Uruguay, y si no es Uruguay que sean la Argentina o Brasil, los países que siento más próximos. Pero antes que nada soy un fanático del buen fútbol.

–Más allá de los colores...

–Más allá de los colores. De chiquilín era hincha rabioso de Nacional. Iba al talud (la popular), detrás del arco, es decir la tribuna más pobretona y más violenta, porque en aquel tiempo yo también me fajaba como cualquier hijo de vecino. Era bastante peleón. Tenía 11, 12, 13 años. Pero con el paso del tiempo fui descubriendo que lo mío es el fútbol, sobre todo cuando alguien me ofrece esa fiesta, la del fútbol bien jugado. Cuando ocurre ese milagro, lo agradezco sin importarme el equipo o la selección. Y más todavía: incluso en partidos de Nacional, confieso que muchas veces quiero, secretamente, que gane el menos poderoso, el más pequeño. Como me dijo una vez un amigo español: “Estás condenado, porque vas a estar siempre de parte del toro”. Nunca del torero. Por eso me hizo feliz el título de Argentinos Juniors, la posibilidad de que se rompa el monopolio, más allá de que tengo amigos que son hinchas.

–¿Sigue yendo a la cancha?

–Sí, sigo yendo. Es curioso, hasta masoquista diría, porque el fútbol rara vez me devuelve en el estadio algo que se parezca a la expectativa que me lleva. Espero ver un espectáculo bello y muy rara vez ocurre.

–¿Y a qué le atribuye la insistencia?

–Primero, a la diferencia que existe, por ejemplo, entre el cine y el teatro. Una cosa es ver el partido en el estadio, donde se escucha la respiración de los protagonistas, y otra cosa diferente es verlo por televisión. Pero también creo que tiene que ver con algún residuo de mi formación católica.

–¿Cómo es eso?

–Tuve una infancia muy católica. Creía en Dios y creía que Dios creía en mí. Ahora no creo más en el cielo, ni en el dolor, ni en ese elogio del dolor que la Iglesia Católica me metió adentro, pero me debe haber quedado algún efecto residual de aquel aprendizaje: que todo lo que sufras en la Tierra será recompensado en el cielo. ¡Debe ser eso lo que me lleva a la cancha! Pero también me lleva el espectáculo del público, el fervor, esas oleadas de entusiasmo que sentís cuando la gente está a tu lado y no cuando lo ves por televisión o te lo cuentan. ¡Y las ocurrencias de la gente! Recuerdo que había un jugador de Nacional, Escalada, que de 90 veces que pateaba al arco, apenas una era gol. En las restantes le gritaban: “¡Con la herradura no, con la herradura no!”. Eso también es parte de la fiesta del fútbol y es algo que yo, que siempre fui un escuchador, disfruto de manera especial.

–De aquella infancia católica y futbolera, ¿qué cosa recuerda con cariño particular?

–La pared de mi pieza, en la que tenía un crucifijo rodeado de figuritas. Ahí estaban Rinaldo Martino, aquel de San Lorenzo, y tantos otros que jugaron en Nacional. Era toda la pared pegada de figuritas alrededor del crucifijo. Y abajo, como para que no se vieran mucho porque eran “enemigos” de Peñarol, también había pegado a (Juan) Schiaffino o a (Julio) Abbadie. ¡Me gustó tanto verlos jugar! Abbadie era capaz de hacer que la pelota fuera rodando por la línea lateral y con puros amagues, sin tocarla, iba eludiendo a sus rivales. Me gustaría escribir como Abbadie jugaba. Me gusta ese fútbol, el de las orillas, el del wing, que en inglés significa ala. Abbadie era un hombre con alas.

–Como Garrincha.

–Exacto. Tuve la suerte de verlo jugar dos veces en Río. Era como ver a Chaplin en la cancha. Garrincha disfrutaba tanto que terminaba una jugada y se sentaba arriba de la pelota, después de dejar a todos sus rivales en el camino, provocando, como diciendo “a ver si me la sacan”. Después algunos lo querían degollar porque a veces ni siquiera hacía el gol.

–¿Messi tiene ese perfil de jugador “orillero”?

–Yo creo que Messi es el mejor del mundo porque no perdió la alegría de jugar por el hecho simple de jugar. En ese sentido no se profesionalizó. Están los que escriben por placer y están los que escriben por cumplir con el contrato o ganar dinero. Messi juega como un chiquilín en su barrio, no por la plata. Cómo se mete, cómo engaña, esa picardía que es tan linda de ver en los potreros. Cuando el fútbol profesional me desengaña demasiado, me voy por la rambla de Montevideo a ver a los chiquilines jugando en los campitos.

–¿Y a Diego? ¿Cómo lo ve en su función de director técnico?

–Creo que ha sido injustamente atacado. Una cosa es ser jugador y otra director técnico, pero hay que darle tiempo y espacio, ver qué pasa. Lo que ocurre es que Maradona tiene que cargar con una cruz muy pesada en la espalda: llamarse Maradona. Es muy difícil ser Dios en este mundo, y más difícil comprobar que a los dioses no se les permite jubilarse, que deben seguir siendo dioses a toda costa. Y el de Maradona es un caso único, el deportista más famoso del mundo, a pesar de que hace años que ya no juega, esa necesidad de protagonismo derivada de la popularidad mundial que tiene.

–En su último libro, Espejos, habla de Diego como un “dios sucio”.

–Pero no en un sentido insultante. Quiero decir que es el más humano de los dioses, porque es como cualquiera de nosotros. Arrogante, mujeriego, débil... ¡Todos somos así! Estamos hechos de barro humano, así que la gente se reconoce en él por eso mismo. No es un dios que desde lo alto del cielo nos muestra su pureza y nos castiga. Entonces, lo menos que se parece a un dios virtuoso es la divinidad pagana que es Maradona. Eso explica su prestigio. Nos reconocemos en él por sus virtudes, pero también por sus defectos.

–¿Usted lo considera capaz de llevar a la Argentina hasta la Copa del Mundo en Sudáfrica?

–La Argentina es uno de los favoritos a ganar la Copa por la riqueza de su plantel, con esto no estoy descubriendo la pólvora. Pero hablar de Maradona en esos términos me parece una desproporción, porque hoy se les da a los técnicos una importancia que para mí no tienen y que termina perjudicándolos: de hecho se los hace casi únicos responsables de una derrota. Es otra de las deformaciones del fútbol: se le da al técnico un aura científica, como si fueran colegas de Einstein. Antes ni se sabía quiénes eran los entrenadores. El mejor que conocí fue un señor que se llamaba Cóppola, que dirigía al equipo de un pueblito muy chiquito de Uruguay, Nico Pérez. Era peluquero, un día se sacó la grande y puso un cartelito en su local: “Cerrado por exceso de capital”. La cosa es que toda la táctica y toda la estrategia de Cóppola se reducía a lo siguiente: acompañaba a sus jugadores a la cancha, los palmeaba en la espalda a medida que iban saliendo y les decía, sencillo: “Muchachos, ¡buena suerte!”.

–Por afuera de lo estrictamente deportivo, ¿podría perjudicar el camino de la Argentina en el Mundial esta presencia tan mediatizada de algunos barras en Sudáfrica?

–Sería una pena, teniendo la Argentina tanta calidad de jugadores, que se embarrara la cancha por un tema así. En principio, el hecho de que viajaran junto con el plantel me generó preocupación. Pero espero que no ocurra ningún desastre, que no empañen lo que creo será un alto lucimiento, que no haya episodios de violencia por estos fanáticos que no aman al fútbol del mismo modo que los borrachos no aman el vino. Entre muchas otras cosas, Da Vinci escribió un libro en el que recogió fábulas de la región toscana de Italia, y ahí hablaba de eso: de la ofensa de una botella de vino por la mala manera en que la tomaba el borracho. Siempre pensé que era una fábula muy justa y es la misma relación entre el fútbol y los fanáticos de la violencia, ese desahogo que hacen de lo peor que el alma humana tiene.

–¿Y a Uruguay? ¿Cómo lo ve?

–Creo que mejoró mucho con relación a tiempos no tan pasados. Lo que ocurre es que Uruguay sigue siendo un país exportador de “pie de obra”. Vendemos mano de obra y, en el caso de los futbolistas, pie de obra. Hay más de doscientos jugadores uruguayos en el exterior. Tener esa cantidad afuera, en un país cuya población entraría en Avellaneda, habla de que estamos muy desangrados. Al período de esplendor de nuestros futbolistas lo vemos por la TV. De todas maneras, en función de esa calidad de jugadores, porque por algo son convocados de las ligas más importantes del mundo, yo tengo la ilusión de que Uruguay juegue lindo, juegue bien. Aunque ya no somos los que éramos.

–¿En qué sentido?

–Hay una parte de la historia que parece inexplicable: cómo un país despoblado y pequeñísimo pudo ganar la medalla de oro en fútbol de los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, el Mundial de Uruguay de 1930 y pudo vencer en el Maracaná, en el Mundial de Brasil de 1950, contra todo pronóstico. Pero eso tiene explicación: el papel fecundo que tuvo el Estado uruguayo en los albores del siglo XX. Uruguay estuvo en la vanguardia del mundo en educación libre, laica, gratuita y obligatoria, con un papel creativo, y allí estuvo integrada la educación física. Sembró campos de deportes en todo el país. Por no hablar de muchas otras cosas: las ocho horas laborales antes que en los Estados Unidos, el voto femenino antes que en Francia, la ley de divorcio 60 años antes que en España... cosas así. Eso explica cómo un país minúsculo pudo llegar tan alto. Pero el Estado perdió esa energía de cambio, se fue desinflando, y esa falta de continuidad en la vocación creadora del poder público se reflejó en el fútbol. Por eso digo que ya no somos los que éramos.

–El futbolista tampoco es lo que era.

–Eso es verdad. La gente deposita en ellos una carga enorme. Esto engorda el ego de quienes reciben el elogio multitudinario, pero a la vez representa una carga muy pesada. Hay una cosa muy perversa ahí.

–¿Cuál es, puntualmente?

–Fabricar ídolos para después voltearlos. Es un cuchillo de doble filo, en definitiva. La gente se reconoce en la alegría de un jugador, cuando gana o juega bien. Pero también los hace responsables de la desdicha colectiva cuando pierde. Porque allí el alma de mucha gente se desinfla.